Programa 159: Los Tejueleros, Labradores de Vida en los Bosques del Sur

Fuente: Chiloetv.com

(Emisión del 05 de agosto de 2012)

“… Bajo los volcanes, junto a los ventisqueros, entre los grandes lagos, el fragante, el silencioso, el enmarañado bosque chileno… Se hunden los pies en el follaje muerto, crepitó una rama quebradiza, los gigantescos raulíes levantan su encrespada estatura, un pájaro de la selva fría cruza, aletea, se detiene entre los sombríos ramajes. Y luego desde su escondite suena como un oboe… Me entra por las narices hasta el alma el aroma salvaje del laurel, el aroma oscuro del boldo…”

“Quién no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta. De aquellas tierras, de aquel barro, de aquel silencio, he salido yo a andar, a cantar por el mundo”. Estos extractos de los pensamientos del poeta Pablo Neruda sobre el bosque chileno y que están contenidos en su libro “Confieso que he vivido”, nos imponen el contexto para el programa de hoy.

Chile posee un recurso nativo muy diverso y con potencial suficiente para proveer toda la gama de bienes y servicios que demanda la sociedad para su desarrollo. En esta relación con los seres humanos no solo se han construido oportunidades para las personas, sino que también se han creado elementos de identidad cultural asociados al verde valioso y silencioso del patrimonio chileno.

Las características físicas del país permiten el desarrollo de una variada y diversa vegetación. En ella destaca el bosque nativo que se manifiesta con intensidad en el centro sur del país. Se estima que un poco más del 20% de la superficie continental chilena está cubierta principalmente de este bosque y en menor medida, de plantaciones con especies introducidas.

Las naciones que poseen el tesoro del bosque nativo hacen esfuerzos para conservarlo dado que, además de su valor histórico, en el futuro agregará otros roles relevantes en el desarrollo del ecoturismo, la conservación de la diversidad biológica, y la provisión de servicios ambientales que alcanzan importancias notables en el mundo.

Chile aún posee territorios significativos con presencia de un bosque nativo diverso y único en el mundo. Ello no obstante las acciones insustentables que en el pasado han desprotegido zonas importantes del país. La huella descriteriada del corte alevoso y del fuego desmedido aún laceran espacios emblemáticos como la cordillera costera, la precordillera andina y la Patagonia austral.

Entre las características de nuestros bosques destaca su alto nivel de endemismo; es decir, su presencia exclusiva sólo en el territorio nacional. También surge su enorme capacidad de adaptación bajo ecosistemas muy variados dadas las características del país. La diversidad del bosque chileno se expresa en sus regiones y en sus usos, y también en sus colores, formas, olores y sabores.

Los beneficios del bosque nativo chileno son innumerables en el desarrollo de los seres humanos. Por ejemplo, capturan carbono y proveen de oxígeno, producen agua y protegen los suelos, aportan plantas medicinales y sobrevuelan belleza escénica. Sus usos más antiguos se basan en la provisión de la noble madera y en la entrega de leña con calores llenos de vida.

El valor del bosque se refleja en diversas actividades y territorios en Chile. Un ejemplo de los muchos posibles de realzar en el vínculo ancestral entre los chilenos y sus bosques, está expresado en el valor de la arquitectura como la chilota, especialmente. A ella se la distingue tanto por el uso de la madera, como por el lenguaje estético maravilloso y único de sus fachadas y techos.

El trabajo de revestimiento de los muros diferencia a las viviendas, dando cuenta del ingenio chilote para subsistir en el aislamiento y responder a necesidades básicas. La madera ha sido parte de la historia de Chiloé. La arquitectura, la economía, la cultura y hasta la calefacción hogareña, han sido posibles al darle forma y color al uso del bosque.

La riqueza y profundidad del trabajo se expresa en esa antigua costumbre de usar la tejuela de madera para revestir las construcciones. Esta expresión cultural, que se materializa en formas geométricas básicas, se deriva de la conjunción entre los recursos del bosque y las técnicas ingeniosas generadas desde el acomodo de los usos humanos.

Una tejuela, llamada antiguamente pizarrilla, es un trozo de madera rectangular, plano y delgado, con dimensiones de unos 60 cm de largo, 10 a 15 cm de ancho y hasta 1 cm de espesor. Su uso es el revestimiento de fachadas y techos, principalmente en las Regiones de Los Lagos y Los Ríos y en particular en el archipiélago de Chiloé.

También existen otras formas de tejuelas, como las cóncavas y redondeadas. En todos los casos, se montan una sobre otra para evitar el paso de la lluvia y el frio. La parte visible es casi 1/3 de su largo total y el dibujo depende de las distintas formas de cortar el extremo que queda expuesto. Antiguamente se usaba una pieza de 90 cm de largo, pero el tiempo y la escasez del recurso han ido acomodando los tamaños.

El origen de la tejuela es incierto y se esfuma en el túnel del tiempo. La construcción primitiva en zonas de bosques y lluvias resolvió la necesaria impermeabilización ante las inclemencias del clima acudiendo a materiales ofrecidos por la naturaleza, Así se usaron cortezas, musgos, pajas, cueros y gredas, entre otros elementos. La tejuela surge desde la nobleza intrínseca de la madera nativa chilena.

Fuente: tejueleoenaysen.wix.com

La tejuela puede ser artesanal o rústica, obtenida al rajar manualmente la madera con azuela, hacha o machete. La forma aserrada se produce mediante cortes de sierra en tablas previamente trozadas. La de tipo industrial demanda una tradición de avanzada tecnología a partir de la cual se obtienen los dos tipos ya señalados usando máquinas especiales.

La técnica aserrada obtiene en menor tiempo una cantidad considerable de tejuelas de corte preciso. Aquellas de labrado rústico tienen un corte más impreciso pero exponen la materia viva contenida en la fibra de la madera. Al respecto, es necesario considerar que una casa promedio utiliza alrededor de 8 mil tejuelas, y que un tejuelero experimentado es capaz de cortar hasta unas 500 tejuelas por día.

Hoy en día algunas tejuelas siguen tras el rumbo incierto de la modernidad. En muchas construcciones urbanas se usan productos sintéticos de fibrocemento o PVC que reinterpretan la tejuela original. También se reciclan elementos de construcciones antiguas. El uso actual se refleja especialmente en la impermeabilización de techos.

Esto puede interpretarse como el abandono de técnicas ancestrales por motivos de eficiencia y por desconocimiento en las nuevas generaciones, o como la dificultad de acceso a bosques con maderas nobles. En la actualidad es importante sólo su uso ornamental y no como elemento estructural de las nuevas construcciones.

El tejuelero ancestral es un hombre solitario que se introduce al bosque buscando la madera correcta. Con sus herramientas rudimentarias elabora las piezas y las encastilla o acumula para un correcto proceso de secado. Finalmente las arrastra con medios especiales, o las lleva al hombro para ofrecerlas a las construcciones.

La tradición hace referencia a sujetos particulares con identidad propia, pero labrada a lo largo de experiencias compartidas entre generaciones. La cultura del tejuelero se marca en el contacto con la naturaleza agreste, la rigurosidad del clima, el hábitat sin comodidades, la vida de aislamiento, y la resistencia ante el trabajo físico.

Actualmente, cuando el producto visible de este oficio se ocupa cada vez menos, la identidad del tejuelero desaparece junto con sus últimos cultores. Con ellos se extingue parte del amplio conocimiento de las maderas nativas, y una forma de construcción que nació de la creatividad y pasión de chilenos aislados del mundo.

Es probable que un oficio poco visible en la cotidianeidad, no tenga la relevancia y colorido de otros elementos de Chile. Pero es necesario testimoniar su aporte a la construcción de hábitats más seguros y confortables en el lluvioso espacio sureño. Ello permite entender a una parte de la diversidad de habitantes adaptados a la riqueza y generosidad de los altivos y profundos bosques chilenos.

El tejueleo centró sus orígenes en los bosques de alerces, usados desde los siglos XVII y XVIII, con arraigo principal en Chiloé, Puerto Montt, Osorno y Valdivia. En décadas posteriores y con la migración de los alerceros hacia el sur del país, el oficio se expandió y el conocimiento se traspasó a las generaciones más jóvenes.

Fuente: http://blog.gochile.cl/

La madera más empleada ha sido el alerce, por su facilidad de manejo y resistencia a la humedad y al ataque de los insectos. Su color es rojizo y de hermosa veta, es muy liviana, duradera e imputrescible. Además de la fabricación de tejuelas se usa para techos, puertas, ventanas, muebles, toneles, embarcaciones y postes.

A causa de la tala excesiva para usos distintos, esta especie se encuentra amenazada en su supervivencia y está prohibido cortar ejemplares vivos. En el tejueleo actual se deben usar árboles muertos con autorización previa de CONAF. El alerce es uno de los árboles más antiguos del planeta, con un crecimiento lento que le permite alcanzar su nobleza infinita.

Nuestra Gabriela Mistral dejó un recado sobre la especie milenaria. “El mismo alerce patagónico tal vez nos ha visto en indiada suelta, luego en colonia rigurosa, luego en república, ¡y sabe Dios cuántos trances más nos ha de ver todavía! No sabemos si fue un alerce el tronconazo que cargó nuestro Toqui, pero bien pudo ser…”

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