Programa 152: Ferias libres, indentidad chilena y arraigo puro

(Emisión del 17 de junio de 2012)

Papas bonitas y baratas… las mejores papas de la zona!
Sandias calás, todas calás y dulces las sandias!
Sana, sana la manzana!
Hay palta madura como mantequilla, a luca los kilos!!
Al rico mote con huesillos!!
Duritas y bonitas las peritas!!

Sano y duro lo tengo…el tomate, caserita,… la tocada es gratis!
Chiquillos las espinacas y las albahacas, para las gordas y las flacas!
Grande y durita tengo la banana…a 500 los kilos!
Gritoncitos los porotos, casero!
Caserita, que lindo el zapallo!
A hueviar, a hueviar… a mil la docena!

Entre las frutas, verduras y hortalizas con frescas y coloridas formas, los feriantes crean un cálido y atractivo ambiente que fluye desde lo más intenso del Chile profundo. En medio de gritos y risas auténticas se produce una rica interacción junto a una maravillosa y humana cercanía entre los que ofrecen y compran alimentos naturales.

La mezcla de olores y sabores posee diversidad de escenas. Un viejo sentado sobre un saco de papas. Un fletero saboreando un jugoso melón. Un motero afirmado en su dulce jugo. Una mujer sola con sus ensaladas en bolsas. Unos vendedores anunciando pescados capitales en conjunto con almejas bailantes al son de limones agridulces.

Los cargadores de canas y los vendedores de escobas se cruzan con empanadas olorosas. Los perros se acuestan bajo camiones enverdecidos de crujientes lechugas. Las sandías se avergüenzan en la desnudez de sus mitades, mientras manos prestas trozan zapallos aromados de dulzor y arreglan los desparramados cabellos de las zanahorias.

Son los actores del teatro de las ferias libres que, allegados durante la noche, levantan el escenario de la vida llevando los huertos a las ciudades y pueblos. Con las primeras luces llenando el alba y junto a los zorzales madrugadores, esforzados y auténticos chilenos acercan amores campesinos hacia gente urbana huérfana de sabores.

En las tempranuras despiertan mates, tecitos y café en jarros y tazones enlozados enamorados del pan con arrollado, queso o palta, llevando energía para no desteñir ante las caseras y los caseros. En el mundo amanecido en días de feria se reúnen las personas nostálgicas de la madre tierra y los feriantes reflejados en el alma de Chile.

Las ferias libres abastecen de alimentos buenos, bonitos y baratos a una parte significativa de los chilenos, todo ello pese a los desafíos planteados por los abundantes centros de distribución y cadenas de supermercados. Las ferias permanecen incólumes fomentando tanto la alimentación sana como la identidad cultural en los espacios urbanos.

La Región Metropolitana dispone de unas 40.000 patentes y en el país hay unos 80.000 emprendimientos familiares contenidos en más de 900 ferias libres. Su existencia es fuente laboral, presencia hortofrutícola y marina, y abastecimiento tanto de sectores más modestos como de aquellos que requieren alimentos naturales, frescos y de calidad.

En las ferias libres se transan unos U$ 2.600 millones al año y se abastece con productos hortofrutícolas al 70% de la población del país. En los sectores de menores ingresos se llega al 90% de los chilenos. Las ferias son fuentes laborales de importancia para al menos unas 200.000 personas directamente ligadas a sus distintas actividades.

Desde tiempos tempranos las ferias han tenido significado social, tanto por el comercio como por el intercambio cultural y cívico de los pueblos. En la Edad Media eran el espacio público por excelencia y un lugar de encuentro entre los productos para la subsistencia, los juglares y artistas populares, y la transmisión oral de acontecimientos.

Desde el origen de las ferias, tanto campesinos como artesanos ofrecían en ellas sus mercancías. Se constituyeron así en una actividad económica y una función social de relajo para aldeanos enclavados en sus ancestrales rutinas. Las ferias han cubierto desde siempre una necesidad básica de la población, como es el alimento del cuerpo y el alma.

Las ferias existen en muchos países de América latina, y sus rastros llegan a los decretos reales de las ciudades españolas y a los mercados libres de Europa central. La figura del comerciante popular es de larga data en Chile. Se remonta a dos siglos y medios como una práctica surgida en la necesidad de conjugar abastecimiento y trabajo.

En los siglos XVIII y XIX, con un 15% de la población en ciudades, el comercio se localizaba en las afueras urbanas, en las llamadas “cañadas”. En 1789 el Cabildo de La Serena permitió que los primeros sábados de cada mes, se vendiesen productos naturales e industriales en la plaza de armas. En 1915 surge la primera feria planificada en Chile; la Municipalidad de Santiago autorizó una de ellas en la ribera del Mapocho.

En la actualidad las ferias ofrecen una amplia gama de artículos, además de las frutas y verduras, tales como elementos de uso personal, y abarrotes y libros, entre otros. Sólo en la Región Metropolitana más de 2 millones de santiaguinos visitan las ferias libres en la semana, refrendando el carácter de lugar de encuentro entre personas y productos.

Las ferias se encuentran en pleno proceso de adaptación a los nuevos tiempos, como los cambios en los hábitos de consumo de los chilenos, mejorando su infraestructura e imagen para dar una atención preferencial a sus caseras y caseritos. Los feriantes se capacitan para mejorar la atención de sus aliados históricos en la cultura.

La modernidad llega a las ferias sin que pierdan su identidad. Por ejemplo, algunos feriantes venderán hortalizas con garantía de calidad, inocuidad, procedencia e historia de llegada al cliente. Ello incluirá producción, envase y comercialización en condiciones sanitarias controladas, además de información en línea por internet.

En 1972 se formalizó la Federación Nacional de Las Ferias Libres de Chile con un rol esencial en la defensa de la actividad. En 1998 se creó la actual Asociación Chilena de Organizaciones de Ferias Libres, Persas y afines que lidera su fortalecimiento y desarrollo como principal canal de abastecimiento en todas las regiones del país.

Esta organización responde a una historia reciente de unos sesenta años de vida pública, y una herencia previa de unos dos siglos y medio. Desde su reconocimiento oficial en 1938, las ferias libres son representadas por al menos dos generaciones de feriantes que, en su mayor parte, se han originado en hijos o nietos de los fundadores.

Las ferias libres articulan el mundo campesino con el urbano, ya que son la principal vía para comercializar alimentos y artículos de uso diario. Uno de los aspectos que las diferencian de otras formas de intercambio, es la interrelación directa con sus clientes. Los feriantes les atienden con esmero y saben de sus preferencias y sus vidas.

Las ferias montan, una o dos veces por semana, en alguna calle o plaza, un escenario que tiene el reconocimiento social por su aporte a la identidad de Chile. Los ferianos heredan sus ocupaciones de trabajo en la calle mediante una asociación en familia, ya sea la de ellos mismos o la que instalan en su relación con los ciudadanos.

A pesar de las presiones de la modernidad, las ferias se mantienen incólumes en la vida del país, llenando de frescuras y aromas el aire citadino. Sus alegres colores embellecen los grises callejeros y sus pregones dan la sonoridad que brota en espacios públicos. En ellos, el campo conversa con la ciudad acerca de Chile, su tierra y su gente.

La familia miranda anda por la feria
Pasa la mañana y aquí no pasa na, caserita
No me haga estar aquí por las puras berenjenas, caserita
Ajos… sacar a cien, tres por doscientos, cuatro por tres

¡Ah buelita! zapallo camote pa’la guagüita
Que lindos los choclos, casera
Aprovéchenme caseritas, pero solo de una por vez
Soy guapo, caserita, pero hoy día me pasé

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