Programa 111: El Caballo chileno, al galope del patrimonio.

(Emisión del 24 de julio de 2011)

 

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La historia del ser humano está íntimamente ligada al caballo. Su influencia es tanta que, incluso, los hombres se describen como caballerosos o caballeros en un símbolo de importancia. Gran parte de la  historia de la humanidad y por supuesto de la chilena, está escrita sobre los pasos de este noble animal. Las primeras huellas de su existencia se remontan al caballo primitivo de hace unos 50 millones de años, caracterizado por una estatura de unos 25 a 45 centímetros, con cuatro dedos en las extremidades anteriores y tres en las posteriores.

 

Con las transformaciones ambientales y el descenso progresivo de las temperaturas sus patas crecieron, sus dientes se alargaron para nutrirse del pasto y a medida que se endurecía el suelo, sus dedos laterales se atrofiaron mientras el centro crecía y se reforzaba. En épocas antiguas y  en el transcurso de las grandes migraciones, los caballos poblaron Europa, Asia y América. Hoy en día con sus innumerables ramificaciones cubren toda la superficie de la Tierra.

 

No se conoce cabalmente donde y cuando fue domesticado el primer caballo. Pero apenas ello ocurrió,  el ser humano decide sobre el número de animales en sus rebaños y controla seleccionadamente su reproducción. Actualmente, en todo el mundo se crían caballos y su distribución, que no conoce fronteras políticas, se produce básicamente en función del clima, de las condiciones de vida, y de los objetivos de uso. En muchos países su empleo ha evolucionado hacia la exhibición, las carreras, el salto, y deportes típicos como el rodeo chileno.

 

Se dice que la forma como un ser humano se relaciona con un caballo, refleja la manera en que afronta su vínculo con el mundo. Por su idiosincrasia particular, este amigo de los humanos demanda dosis de prudencia, humildad y buenas intenciones. El caballo no presenta una especial necesidad afectiva, como por ejemplo el perro; por ello, la señal de aceptar fehacientemente a una persona, es de gran significado para sus devotos. El dicho popular indica que “si tienes que amarrar tu caballo para que no se escape, entonces aún no es tu caballo”.

 

Pablo Neruda, en su poema “Caballo de los sueños” interpreta esta hermosa relación. El siguiente extracto del poema indica la representatividad de este animal:

Qué día ha sobrevenido!

Qué espesa luz de leche,
compacta, digital, me favorece!
He oído relinchar su rojo caballo
desnudo, sin herraduras y radiante.
Atravieso con él sobre las iglesias,
galopo los cuarteles desiertos de soldados
y un ejército impuro me persigue.
Sus ojos de eucaliptos roban sombra,
su cuerpo de campana galopa y golpea.


Un jinete y su caballo hace un todo inseparable. El jinete es la razón y la conducción, el caballo la emoción y la fuerza; juntos son la destreza y la potencia. Esto ocurre con el huaso y su fiel compañero que conforman una pareja que da valor único a las tradiciones de Chile. El caballo ha pasado a ser parte indisoluble para los humanos, construyendo incluso dichos cotidianos sobre comportamientos y formas de vidas, tales como: “ellos se parecen como dos excrementos del mismo caballo”, o “a un buen caballo, basta con mostrarle la fusta”, o “una silla dorada no hace de un asno un caballo”, o “el caballo para el hombre es como las alas para el pájaro”, o “más vale fiarse de un caballo sin rienda que de un discurso sin orden”.

 

Existen expresiones máximas que son espejos de tradiciones, tal como “compadezco a un hombre sin vaca, compadezco a un hombre sin asno,… pero un hombre sin caballo tendrá dificultad para quedarse sobre la Tierra”. Don Atahualpa Yupanqui declama sobre el amor perdido en una de sus tantas creaciones musicales: “Cuando se abandona el pago y se empieza a repechar, tira el caballo adelante y el alma tira pa´atrás”. La expresión de Gustave Flaubert revela sentimientos  de grandeza: “No hay un cretino que no haya soñado ser un gran hombre, ni un burro que, al contemplarse en el arroyo junto al que pasaba, no se mirara con placer, encontrándose aires de caballo”.


El caballo chileno es una raza presente en los territorios rurales sobre todo en la zona central y sur del país. Este ejemplar presenta una musculatura especializada para la velocidad y una adaptación para una vida de cerros y montañas. Sus cascos son fuertes y su doble capa de pelo lo hacen muy adaptable tanto a los climas fríos como a aquellos cálidos y secos, típicos de Chile central. Su función principal, hasta la irrupción del automóvil y de las nuevas prácticas de ganadería, era servir como medio de transporte y como montura de quienes trabajan con el ganado.

 

La selección de caballos ha estado orientada a producir animales ágiles, resistentes y de tamaño adecuado para las labores. Por ello y debido a su talla mediana ha sido esencial para la práctica del rodeo chileno. Este caballo es de una inteligencia especial y de gran mansedumbre. Su mayor  atributo es la resistencia ante los esfuerzos, como quedó demostrado durante la Guerra del Pacífico, cuando cruzó el desierto de Atacama y luego se desplegó sobre las altas sierras. El caballo chileno es extremadamente rústico y cuenta con una gran capacidad de recuperación.


En etapas históricas los caballos arribaron nuevamente a América en 1493 con el segundo viaje de Colón. Se multiplicaron para reunirse en gran número en Jamaica y México. Desde allí la corona concedió cabalgaduras para que los conquistadores adelantaran sus expediciones. Por supuesto, los primeros caballos eran de raza española y principalmente de 3 tipos: el de Castilla, el andaluz, y el tipo jaca y rocín.

 

Los orígenes del caballo chileno se remontan al año 1540, cuando el conquistador Pedro de Valdivia introdujo desde el Virreinato del Perú los primeros 75 ejemplares, entre potros y yeguas, aunque en el cruce del desierto de Atacama perdió buena parte de ellos. Alonso de Monroy trajo otros 70 animales, los que sirvieron para que en menos de 7 años existiera una masa de unos 500 equinos. Con los años esta población relativamente aislada conformó una nueva raza: el Caballo Chileno.


En 1544 se consolida el caballo en el territorio chileno con el primer criadero a cargo del padre Rodrigo González Marmolejo, quien establece su crianza en sectores de Melipilla y Quillota. Al respecto el sacerdote escribió: “Es cierto que la noble calidad de los caballos justifica la demasiada afición que les tienen los naturales. Son admirables en la celeridad de la carrera, en el aguante del trabajo, en el brío de acometer en los riesgos, en el garbo del movimiento, en el coraje, en la docilidad y obediencia, y en la hermosura de la forma”. En 1585 los guerreros mapuche ya habían masificado el uso del caballo gracias al ingenio de Lautaro.

 

En 1893 criadores preocupados por la introducción de maquinaria que reemplazaba al caballo y disminuyendo su crianza en el país, solicitaron la apertura de un registro de raza pura. Ese año se inauguró oficialmente el registro chileno, en una etapa en que la formalización de las razas era una idea que todavía no existía en América. Esto convierte al caballo chileno en la raza con registro más antiguo en Sudamérica, y tercero en todo el Hemisferio Occidental. Desde el 26 de abril de 2011 el caballo chileno es considerado Monumento Natural del país.

En los rodeos de Chile, antes de comenzar la Serie de Campeones, los jinetes pasean a sus caballos en la medialuna y un juez elige al sello de raza. Esta se basa preferentemente en las características y perfiles del cráneo que tiene forma acarnerada (o de carnero), la fuerza vital, la estampa, la calidad de las crines y otros aires que sin influir en la anatomía y fisiología del animal, le dan un carácter típico al caballo chileno. Las interminables montañas, colinas y valles distribuidas en los 4.300 km de largo del territorio, aseguraron que se mantuviera la pureza. Los criadores tradicionales no cedieron a las tentaciones del cruzamiento que sí ocurrió en muchas naciones y en otras localidades del país.

 

En Chile existen más de 7.000 criaderos de caballos chilenos. Una gran cantidad obedece a pequeños productores que no superan un ejemplar por año. Sin embargo, existen crianzas de mayor envergadura que cuentan con varios reproductores y planteles de yeguas madres. El Caballo Chileno se ha mantenido por más de 500 años acompañando fielmente a los conquistadores que se convirtieron en hacendados y luego en huasos chilenos. Todos ellos dirigieron su reproducción personalmente, a diferencia de lo que sucedió en otros países donde el mestizaje de la crianza en manadas dio origen a tipos disímiles.

 

En el devenir histórico se presenta la importancia que ha tenido el Criadero Aculeo en el origen del caballo chileno. Una letra A cruzada por encima por una letra V marcada a fuego sobre las ancas de sus productos fue el sello que los hizo conocidos en todo el país. Existen dos versiones que ayudan a descifrar este distintivo. Una indica que la A era de Aculeo y la letra V de Vínculo, dos fundos de la zona. La otra comparte el significado de la primera letra pero respecto a la V señala que proviene de Vichiculén, lugar cercano a Llay-Llay desde donde provinieron algunos productos con que los hermanos José y Wenceslao Letelier buscaban aumentar la masa de caballos.

Aculeo es reconocido como la cuna del caballo chileno que ha resistido diversos embates para proteger la pureza de nuestro patrimonio. Allí se terminó de definir el prototipo que rige hasta hoy día la Raza Caballar Chilena.  El criadero Caballos Aculeo, fundado en 1862, seleccionó yeguas nativas y otras traídas de diferentes fundos de la zona central, para formar un plantel de buena calidad y muy homogéneo. Los caballos aculeguanos fueron receptores de importantes premios, especialmente en las exposiciones agropecuarias de la Quinta Normal.

 

Muchas son las actividades vinculadas a los caballos chilenos. Una de ellas es la tarea de arreglarlos para mover a la rienda o para atajar vacas, lo que exige una gran dedicación a este noble oficio de trabajar cabalgaduras y tener buenos resultados en la medialuna. Para arreglar se necesita experiencia, sabiduría y mucha paciencia en obtener los beneficios de la inteligencia y docilidad de un  caballo. Se requieren unos ocho a nueve meses para usarlo en forma suave y su edad ideal para la medialuna está entre los 8 y 12 años.

 

Gonzalo Rojas en su poema “Al fondo de esto duerme un caballo” nos entrega un mensaje elemental sobre la importancia y significado del caballo para los chilenos:

Al fondo de todo esto duerme un caballo
blanco, un viejo caballo
largo de oído, estrecho de
entendederas, preocupado
por la situación, el pulso
de la velocidad es la madre que lo habita: lo montan
los niños como a un fantasma, lo escarnecen, y él duerme
durmiendo parado ahí en la lluvia, lo
oye todo mientras pinto estas once
líneas. Facha de loco,
Sabe que es el rey.

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