Programa 109: El rabel para ser fino ha de ser blanco, azul y rojo

(Emisión del 10 de julio de 2011)

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Las siguientes palabras de nuestra Gabriela Mistral reflejan en parte el sentido del programa de hoy domingo en este invierno chileno que se repite año tras año en las campanas de la naturaleza.

 

“Y sin la sana intemperie de lo popular
la vida se carga de vejez y de muerte…
Literatura o música son reinos para ardientes,
trópico donde los viejos se ahogan de asfixia”

Lo humano y lo divino
cuida nuestra tradición
del brazo del guitarrón
viene el viejo camino
Se cruza con el destino
de la guitarra traspuesta
que está siempre presta
Como ramo de claveles
Trinando en los rabeles
La historia nos contesta

 

El canto a lo poeta es un frondoso árbol que tiene más de 400 años y por tanto es una de las tradiciones más antiguas de Chile que aún goza de plena vigencia en nuestra zona central. Su origen se remonta al siglo XVI cuando los primeros misioneros jesuitas enseñaron a los indígenas la doctrina cristiana a través del verso, en este caso la décima.

A partir de esta costumbre se habría generado el canto a lo divino y luego el canto a lo humano de la vida cotidiana. El padre Miguel Jordá dice tener “la firme convicción de que los padres Jesuitas que se establecieron en Bucalemu y Convento en el año 1619 implantaron este método”. Es decir, que ellos utilizaron el Canto a lo Divino para su proceso de evangelización de los locales.

Francisco Astorga indica que se fundó en Bucalemu una casa de misioneros que recorrieron, desde el Choapa hasta el Maule, predicando a los indígenas. Bucalemu habría sido, entonces, el epicentro desde donde se irradió esta tradición del canto y sus instrumentos.

La zona de influencia de los Jesuitas de la época es precisamente aquella donde aún se conserva el Canto a lo Divino. Por ejemplo, la localidad de Quilimarí vibra cada año cuando la comunidad venera a la Virgen del Carmen con actividades que se inician con una misa a la chilena y luego dan paso al Canto.

Desde su origen esta manifestación de religiosidad popular y fe cristiana, se transformó en un culto familiar del campo. En el canto a lo divino y a lo humano, ya sea con guitarra transpuesta, rabel o guitarrón chileno, se escribe la historia que nace de los libros de la tierra, alumbrados por las generaciones de chilenos  que transmiten oralmente la espontaneidad del hogar y de la comunidad.

La llegada de los conquistadores trajo consigo un conjunto de guitarristas, rabeleros, pandereros, vihuelistas, copleros, bailarines y bailarinas que dejaron su herencia en la vida musical de Chile. Con ellos llegaron los instrumentos que han acompañado la música chilena a lo largo de los siglos.

Sergio Sauvalle Echeverría sostiene que la música, con todos sus instrumentos, llega como parte orgánica de la cultura de los conquistadores. Diversos autores sostienen que a  200 años de la llegada de los españoles a Chile ya se manifestaban los signos de una identidad musical que perdura hasta el presente.

Según Eugenio Pereira Salas, en esa época ya se dibujaban con claridad las dos ramas principales de la poesía y el canto popular chileno: La femenina, con la cantora, acompañándose con el arpa y la guitarra; y la masculina, con el cantor a lo poeta, acompañado con guitarrón y rabel.

El rabel es conocido como el “violín campesino”. Según el cantor Francisco Astorga, este instrumento parecido al violín, se toca apoyándolo en las rodillas y frotando sus tres cuerdas con un arco. Si bien el rabel ha sido conocido en América, un instrumento de estas características sólo tiene vigencia en Chile, particularmente en la zona central. Se señala que la primera referencia al rabel chileno se hace en los funerales de La Quintrala donde  ”dos rabelistas y cinco cantores asistieron a la ceremonia”.

Llegado a la Península Ibérica junto con los árabes, el rabel se traslada a América, donde hay grandes focos de dispersión del instrumento como son la zona guaraní argentino-paraguaya, el sureste y el noreste de Brasil, la Amazonía peruano-ecuatoriana y la Chiquitanía, en Bolivia. También se le reconoce una significativa presencia en México, Panamá y otros países centroamericanos.

Actualmente, la  herencia española  persiste en la zona sur de Cantabria y Norte de Palencia  lugares en donde existen más rabeles y rabelistas en estos  días. Por ello se le puede considerar como el instrumento salvado por las nuevas generaciones que han aprendido de sus mayores.  Otro núcleo de interés se encuentra en Toledo, Ávila y Cáceres.

Un estudio del asturiano Daniel García de la Cuesta, titulado La bandurria y el rabel, documenta el desarrollo de este vocablo desde las lenguas greco-latina, y sostiene que el nombre se vincula al arco con que se frota el instrumento compuesto por pelos de una cola de caballo. Sin embargo, se suele asociarlo con el legado árabe ya que el instrumento de cuerda frotada del mundo islámico, fue introducido en Occidente merced a la conquista de la península ibérica.

El rabel es producto evolutivo de la tradición y cultura populares. No hay certeza de sus orígenes exactos, aunque todo apunta a primitivos instrumentos anteriores incluso a la Edad Media. Como todos los instrumentos de cuerda europeos, el rabel tiene su origen en el mediterráneo, a través del contacto comercial con infinidad de culturas, especialmente las del tronco “árabe” y persa. Los rabeles comenzaron a usarse en el sur de España donde tenían característica y nombre diferenciados. Luego fueron difundiéndose a lo largo de la península hasta extenderse por el resto de Europa.

Arturo Urbina Díaz indica que el rabel es un instrumento paradigmático en la historia de la música en Chile. Su sonido es inconfundible y acompaña muy bien las interpretaciones campesinas. Su presencia aparece en diversas crónicas y en el testimonio de autores desde la colonia. Sin embargo, la pista de este instrumento se pierde en los anales de la historia popular en Chile hasta que, como consecuencia del trabajo del Centro de Estudios Musicales de la Universidad de Chile, en los años sesenta se encuentra a su única cultora, al interior de San Javier en la Región del Maule Sur.

La práctica del rabel suscita controversias entre los estudiosos chilenos ya que se acepta su ejecución en la zona central e incluso en ciertos lugares del Norte Chico, particularmente en localidades del río Choapa, pero se discute su uso en el archipiélago de Chiloé. En este caso, su presencia chilota podría relacionarse con las misiones jesuitas ocurridas en la zona.

Chiloé es la única región en la que el violín fue introducido de manera tradicional en la música folclórica, llegando a generarse una variante de este instrumento conocido como violín chilote, el cual, aparte de incorporar el uso de maderas nativas como alerce, coigüe y ciruelillo, presenta una caja acústica más plana y de mayor tamaño que el violín docto. En Chiloé es posible encontrar al rabel como parte de los instrumentos musicales tradicionales que se construyen y se tocan en el presente, aun cuando se proyecta que el verdadero instrumento local es el violín chilote.

En relación al rabel, existe un acuerdo amplio que tanto sus inicios como su vigencia está más presente en la zona central de Chile, particularmente en la cordillera de la costa de la provincia de Linares y en los valles interiores de Colchagua. En la actualidad se encuentran dos modalidades de ejecución de este instrumento en el país. Por una parte, acompañando la danza y la tonada, en una función de predominio claramente femenino. Por otra, junto al guitarrón, es uno de los apoyos fundamentales para el acompañamiento del canto a lo humano y a lo divino.

Rabel, gran chileno cantor
Te quiero dar un esquinazo
También un fuerte abrazo
Entre tus cuerdas de amor
Lo digo yo con pundonor
Porque registra la gloria
Corriendo con la historia
De guitarrón y guitarra
Tocando bajo la parra
Es canto de la memoria

 

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