Programa 108. El diablo mete la cola en el patrimonio chileno.

(Emitido el 03 de julio de 2011)

Otros temas en este programa:  Karen Donoso y Araucaria Rojas presentan su libro “Por la güeya del matadero”

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Es una oscura noche de invierno campesino. La negritud inunda el paisaje rural convirtiendo las hermosas formas luminosas del día en personajes de la imaginación nocturna. La conversación galopa como una sombra encriptada en los rostros de sol, cobrando vida en las historias del “coluo”. Entre el humo de la leña y el vapor de la tetera resuena espueleante la pregunta sobre el cachudo: Sabían que el diablo anda suelto en las noches buscando a quien llevarse en cuerpo y alma?” Las chispas de la leña ardiente azuzan inquietudes entre los participantes de la trilla a yeguas en el corazón del Maule.

El grupo recordó, entonces, el episodio de esa trilla antigua con la sucesión de cuecas que se alargaban, como el desaparecido tren al sur, entre la caída del sol y la espesura del corazón de la noche. En ese entonces el gemido ancestral del campo alegre fue superado por el ruido ensordecedor de un caballo cabalgando sobre su galope tendido. El jinete vestido de huaso rico, aunque envuelto en el polvo del verano y la oscuridad de la noche, lucía buen mozo,  todo de negro como su caballo, junto a su pequeña y localizada barba que recordaba a la de un chivo. Desmontó el gentil y fino hombre accediendo a la invitación de los celebrantes. Aceptó el vino negro alumbrando las copas con centellantes llamaradas que brotaban de sus oscuros ojos.

 

Cuando se reinició el canto de las guitarras cuequeras, el afuerino  ofreció su brazo a la morena más graciosa de la trilla. El tintineo de sus espuelas de plata y la destreza de su baile, le permitían mantener una mirada penetrante sobre el rostro de la pareja. Todo transcurría de manera sublime hasta que alguien exclamó: Ave maría que bailan bien estos niños!. El huaso canchero dio un traspié cuando su zapateo furioso ya se elevaba sobre el suelo. Al terminar la última vuelta soltó una carcajada que reventó desde sus dientes de oro, y en un dos por tres desapareció con su cabalgadura dejando un penetrante olor a azufre mientras un galope satánico resonaba por el camino y una risa que aún no se olvida se perdía en la lejura de la noche.

Luego de este cuento antiguo, la abundancia del vino y de las cuecas nublaron las mentes campesinas hasta que en el solitario retorno a sus casas, los relinchos de la noche  impusieron la premura del galope en esos huasos que no querían encontrarse con el diablo. Estas leyendas y cuentos sobre el mandinga pueden ser escuchados  en distintas partes de Chile y en diferentes situaciones y circunstancias.

En Chillán, por ejemplo, se dice que el cambio del curso del río fue obra de miles de diablos colorados que la ejecutaron en una sola noche. También se cuenta que el Estero del Diablo fluía desde la montaña perdiéndose en los campos por la insignificancia de sus aguas. Pero el Patas Largas, bebió por casualidad agua en el esterillo y habiéndola encontrado muy agradable, al conjuro de su palabra hizo aparecer una quebrada con abundante agua aprovechada por muchos propietarios de las tierras de secano.

Una vía válida para entender la naturaleza de la mente humana es analizar los mitos creados por ella. La imagen de Satanás ha prevalecido a lo largo de la mayor parte de la historia judeocristiana, conteniendo lo que se considera como mal y pecaminoso. Aunque su origen está en la conciencia de las personas sus huellas se plasman en muchos lugares, paisajes y costumbres. El diablo tiene grandes significados en la explicación de nuestro patrimonio tangible e intangible dando valor a las  culturas y atracciones diversas en los territorios.

El cachuo representa a un personaje que con sus historias hace ver la identidad chilena en distintas referencias geográficas y culturales. Aunque el mito popular procede de la tradición católica, no es solo el terrorífico príncipe sobrenatural del mal de la religión, sino que es un ser que da identidad a muchas zonas y lugares. En Chile, como en la cultura sudamericana, se le presenta como un ser humano normal o casi normal con la intención de dar una apariencia más amigable y así introducir más fácilmente el pecado en los seres humanos.

Existen acepciones sociales que lo vinculan a las costumbres humanas, como el diablillo o persona muy inquieta y revoltosa especialmente si se trata de un niño. ¡Al diablo! Indica impaciencia o enfado por parte de quien lo dice.  Del diablo o de los mil diablos o de todos los diablos es una expresión que aumenta una cualidad o un estado negativo, como quien ha cogido un enojo de los mil diablos.

Mandar al diablo a alguien es enfadarse o despreciar a una persona. Pobre diablo es una persona infeliz o bonachona; ese que no es más que un pobre diablo. Tener el diablo en el cuerpo es ser muy astuto o travieso. Y también existe una herramienta muy usada que sirve para desclavar y forzar puertas y cajones, llamada “el diablito”.

Hace más de cien años Don Melchor de Concha y Toro, fundador de la Viña Concha y Toro, se reservó una pequeña partida de sus mejores vinos. Al ver que ellos desaparecían y con el fin de alejar a todo extraño de esa guarda tan especial, difundió el rumor de que en aquel lugar habitaba el Diablo. De ahí nació el Casillero del Diablo, el vino chileno más famoso del mundo con una presencia consolidada en más de 126 países.

 

Una ex-mina de carbón se ha convertido en un atractivo turístico. En el “Chiflón del Diablo” de Lota trabajaron durante décadas los mineros del carbón.  Esta es la única mina del mundo ventilada en forma natural y de ahí su nombre de “chiflón”. La mina se interna bajo el mar por unos 1.200 metros. Los ex-mineros ofician de guías de turismo y acompañan a los turistas contando anécdotas, costumbres, sueños, mitos, leyendas y bromas e incluso invitan en un momento del recorrido a apagar las linternas y escuchar al gran protagonista de esta historia: el viento.

 

En la creencia popular han existido formas de defenderse del demonio, como los rezos: “Con Dios me acuesto,/ con Dios me levanto, / con la gracia de la Virgen/ y al Ángel divino,/ pa qu´en l´hora e mi muerte/ me libren del Maligno.
Sin embargo, el aspecto más terrible del Diablo se manifiesta en los pactos, aunque en éstos casi siempre resulta perdedor, como en el caso del roto que lo engaña por el simple recurso de no poder firmar el pacto porque es analfabeto. Cuando alguien está muy necesitado de dinero, recurre al Malo que actúa como una especie de prestamista. Éste le entrega grandes riquezas, pidiendo una firma con la sangre del interesado, en la cual se compromete a entregarle su alma al cumplirse el plazo estipulado en el mismo documento. El beneficiario se da la gran vida y cuando el plazo está venciendo, prepara el único medio para librarse del pacto. Busca a un cura o a algún valiente, que a cambio de una buena recompensa lo “vele” la noche en que el Malulo vendrá a exigirle el cumplimiento del contrato.

 

En el campo chileno el enriquecimiento rápido o una acción de envergadura solía ser atribuido a un pacto con el Diablo. La construcción del histórico Puente de Cal y Canto habría sido posible gracias a una especie de pacto y apuesta que el Corregidor Zañartu hizo con el demonio. Si éste conseguía levantar el puente en una noche se llevaba el alma del Corregidor al infierno; en caso contrario, todo lo que consiguiera adelantar quedaría para la ciudad y Zañartu se vería libre de todo compromiso. El Demonio se puso a trabajar en cuanto oscureció. Gallos de distintos colores iban cantando como para marcar el tiempo que le quedaba. Cuando le faltaba menos de un metro para concluir el puente, cantó el gallo negro y el Diablo tuvo que escapar precipitadamente al infierno. Entonces, el Corregidor victorioso se encargó de terminar la obra.

 

En La Ruta del Diablo en Alhué los visitantes pueden disfrutar de un abundante desayuno con sopaipillas, tortillas, mermeladas caseras de higo, naranja, alcayota con nueces, y frutillas; mientras que a la hora de almuerzo se deleitan con las cazuelas, charquicán, pernil con papas, empanadas de pino y pan amasado cocidos en horno de barro. Todo ello, acompañado de jugos naturales, mistela de frutilla, canela,  leche, postres de frutas, café de trigo, y hierbas naturales.

 

En esta ruta es posible apreciar las “piedras del tope” que aún conservan las casas coloniales y que las protegían en cruces y esquinas de los golpes y daños de las yuntas de bueyes y carretas. En esas piedras los lugareños aseguran haber visto sentado a un hombre extraño, elegantemente vestido, con sobrero de copa y fumando un cigarrillo. Según muchos, sería el mismo diablo interesado en los amores de la menor de las hijas de una de las familias más acaudaladas de la zona en la época colonial.

 

El pueblo chileno le ha puesto al Diablo muchos nombres, gran parte de los cuales aluden a su condición maléfica o a los aspectos más notorios de sus representaciones físicas. Entre ellos se encuentran: Demonio, Malo, Maldito, Condenado, el Enemigo, el Maligno, Mandinga, el Perverso, el Cachudo, el Malvado, Lucifer, Satanás, Diantre, Azufrado, Coluo, Cachos de Palo, Cuco, Mentao, Rey de los infiernos, El Discreto, y El Silencioso.

 

Uno de los poderes del Diablo es el del transformismo, cosa de la que se sirve para engañar a los humanos, donde puede adoptar cualquier forma, incluso la de un buen cristiano y hasta la de un cura. Hay ciertas claves para reconocerlo, como su diente de oro, como su aparición de noche sobre un carro de fuego arrastrado por caballos que botan chispas por las narices, como un jinete que calza sólo una espuela, o como un perro negro con herraduras. Se mueve con soltura en la noche y escapa al amanecer con el primer canto del gallo.

 

El “cachuo” suele aparecer en las noches oscuras y solitarias cuando el ruido de los árboles resulta de su guerra con el viento. Se dice que el diablo viaja en una carreta tirada por unos feroces perros negros a la caza de un alma que se quiera vender por dinero o fama. Se dice que muchas personas lo han invocado para pedirles sus favores desesperados por deudas, aunque los más valientes han inventado triquiñuelas para engañarlo. Se dice que algunos tienen pacto con el diablo y que en las noches, fumando cigarros en hoja de choclo, éste se sienta a esperar pacientemente el día de la muerte para que le paguen con su alma los favores que les dio en vida.

Uno de los participantes de la trilla a yeguas en el Maule profundo regresaba de noche a su casa cuando sintió el llanto de una criatura; al buscar avistó una guagua abandonada bajo un árbol. En su alma piadosa se bajó del caballo, la recogió y la instaló en la parte delantera de la montura. A poco andar y al comprobar si estaba dormida, se asustó al ver que le mostraba unos dientes de oro. El diablo, mierda!, dijo, y botó la guagua al fondo de la quebrada, convencido de que era el demonio que lo quería asustar en ese sendero estrecho y peligroso para acarrearle una caída mortal. Es que el Diablo sigue “vivito y coleando” en el imaginario popular de los campos y pueblos de Chile.

 

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