Programa 103: Animitas, la magia de la religiosidad popular.

(29 de mayo de 2011)

Programa 103: Animitas, día del patrimonio y homenaje a Santos Rubio.

Animitas, la magia de la religiosidad popular.

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El patrimonio lo conforman aquellas expresiones que reflejan valor para los habitantes de un territorio, contenidos en su flora y fauna, su paisaje y sus recursos, su lenguaje y costumbres, sus tradiciones y creencias, sus construcciones y religiosidad, entre otras formas.  El patrimonio comprende bienes tangibles e intangibles, heredados y actuales, urbanos y rurales, naturales y culturales. Estos valores constituyen la fuente de inspiración de una nación o de grupos humanos, porque son la herencia de lo pasado, el sustrato del presente y el fundamento del mañana.

Chile se inserta en un mundo globalizado. Por ello es importante destacar el aporte que el patrimonio hace al desarrollo de la nación, al permitirle encarar esa inserción con un sello propio y fortalecido en su identidad. El patrimonio también aporta al país tanto con oportunidades para la gente como dando valor a los recursos que la sustentan. Para que el patrimonio y la identidad sean un factor de sustentabilidad, los chilenos necesitan una adecuada comprensión de su vínculo con el proceso de desarrollo y con el papel que juegan en su calidad de vida.

La identidad contiene los elementos característicos de una nación, territorio, localidad, o grupo humano, con la que se identifican las personas. Uno de ellos es la religiosidad popular, entendida como los cultos, veneraciones, ritos y creencias populares para y con lo divino. En Chile, algunas de estas expresiones tienen raigambre española; otras corresponden a supervivencias de antiguas prácticas rituales indígenas. En muchos casos la integración entre ambas influencias constituye la expresión viva de la religiosidad actual del país. Grandes celebraciones son parte del patrimonio y la identidad; ejemplos de ellas son  La fiesta del Cristo Chilote, La Virgen de Andacollo,  La Candelaria, San Sebastián de Yumbel, la Fiesta de la Virgen del Carmen, y La Cruz de Mayo.

 

Existe un fenómeno de religiosidad popular espontaneo e individual que se desparrama por todo el territorio chileno en forma de humildes recuerdos para quienes fallecieron en forma abrupta. Se trata de una veneración a las personas que han muerto trágicamente. En el lugar mismo de su deceso se construye una pequeña casita, adornada con flores y velas encendidas, donde se inscribe el nombre de la persona y la fecha de su fallecimiento. Estas pequeñas construcciones recuerdan vidas anónimas que sufrieron una muerte violenta o especialmente injusta. La creencia popular indica que sus almas permanecen en la tierra para borrar pecados y que, a cambio de rezos y veneración, les entregan ayuda a los necesitados.

El término animita es el diminutivo de ánima o alma, y es una palabra que se utiliza exclusivamente en Chile. En Sudamérica, producto de una combinación de creencias como el animismo, politeísmo y religiones convencionales, también es habitual reconocer estos espacios en plena vía pública pero con otros nombres. Las animitas mantienen viva el alma de alguien que dejó este mundo en un momento no indicado. Las animitas no son santos oficiales; son simplemente personas anónimas que sufrieron una muerte violenta, a quienes los chilenos les recuerdan y piden favores. Estos monumentos fúnebres populares de las animitas, son la síntesis de la identidad de un pueblo que se manifiesta ante la muerte trágica.

 

“Caminante no hagas ruido,
baja el tono de tu voz
que Romualdo no se ha ido,
Solamente se ha dormido
en los brazos del Señor”

 

Estas son palabras escritas en agradecimiento al famoso Romualdito, animita ubicada en la calle San Borja en pleno corazón de la Estación Central de Santiago. La animita recuerda a un hombre que salía del hospital y que fue salvajemente asesinado para robarle sus pertenencias. Desde 1930 en una pared de varios metros, ya oscurecida por el humo de las velas y repleta de placas de agradecimiento por los milagros, los seguidores le dan muestra de su fe. Existe tal respeto por esta animita y aunque se hizo una gran remodelación como parte de la renovación urbana, la centenaria pared de ladrillos quedó intacta como expresión de veneración a Romualdito.

Una animita es una ocupación espacial colectiva, por lo general ubicada en el mismo lugar o en un territorio significativo para el difunto. Según Maximiliano Salinas “Las animitas son una mezcla, un sincretismo, que toma de España el culto a la Virgen del Carmen, a la que se le puede pedir favores, y que toma del mundo indígena el culto a los antepasados y la idea de que los muertos se quedan cerca nuestro, tal como los mapuches creen que sus ancianos están en las nubes, protegiéndolos”. Las animitas entonces vinculan a parte del mundo prehispánico con las manifestaciones culturales occidentales.

 

Las animitas consisten en  verdaderas casitas insertas en el paisaje urbano y rural, construidas en recuerdo de personas fallecidas en forma repentina y violenta. Son lugares de adoración popular y a los que se les atribuyen poderes milagrosos; de hecho las más conocidas están llenas de placas de agradecimientos por los favores concedidos. A medida que se juntan las placas se entiende que es una animita milagrosa lo que aumenta la cantidad de fieles. Se considera que los fallecidos en circunstancias trágicas dejan su alma o ánima vagando en el lugar donde cayeron y de esta forma necesitan de recuerdos físicos donde sus deudos pongan flores y velas.

Las animitas suplen la función de los santos populares católicos. La diferencia está en que ellos son personas de intachable conducta declaradas como santos tras un proceso de beatificación. Las animitas, en cambio, pueden pertenecer a personas comunes y corrientes, incluso delincuentes fusilados o simples personas muertas trágicamente, que son venerados popularmente sin un proceso formal de por medio. Las animitas también son levantadas por grupos no religiosos ni siquiera vinculados con la religión católica. Por ejemplo, las barras bravas de los equipos de futbol, crean animitas donde pueden recordar a sus caídos en forma trágica.

A las animitas se les ve a lo largo de los trazados ferroviarios de norte a sur, en las riberas de los ríos, al borde de los barrancos, en las curvas peligrosas, en las calles de las ciudades, en las bermas de las carreteras, en las rocas de las playas, en los escabrosos parajes cordilleranos, en las pampas asoleadas, o en las islas de lluvia y viento. En esta amplia distribución territorial, no todas las animitas son famosas. Hay algunas que yacen abandonadas y olvidadas. Otras son hermosas y floridas, para lo cual basta que unos pocos pero leales deudos levanten y embellezcan de recuerdos a ese pequeño santuario.

En la carretera es donde más animitas se encuentran como mudos testigos de los miles de accidentes anuales. Aunque la construcción de carreteras y caminos desafía su permanencia, pocos se atreven a eliminarlas; por ello, con respeto se levantan y se ubican en las nuevas orillas. Cada vez que se produce un accidente con consecuencias fatales los familiares o amigos de las víctimas marcan el sitio del suceso con una cruz, con piedras, un neumático o un recuerdo a los fallecidos. En ese marco, las animitas cumplen la función de memoriales o santuarios populares, construidos  mayoritariamente con materiales sencillos.

Se les prenden velas colocadas en las casetas para protegerlas del viento. Se le agradecen los favores mediantes placas metálicas, trozos de mármol, madera, o bronce. Se les escriben cartas, notas o votos en las que se hacen todo tipo de súplicas o agradecimientos. Se le mantienen veladoras, o cuidadoras voluntarias por horas, tal como puede serlo una vecina condolida por la tragedia. En otras ocasiones se traspasa el cargo de madre a hija, o de tía a sobrina. Su misión es, por ejemplo, hacer aseo, encender y apagar las velas de los candelabros y palmatorias, y arreglar y renovar las flores en las jardineras. Algunas “animitas” tienen venerantes que vienen de distintos puntos del país.

 

No hay un arquetipo de lo que debe ser una animita. Su construcción es heterogénea aunque basada en tres modalidades con innumerables variaciones: la casita que asemeja a una iglesia, el cajoncito, y la lápida. La constante es la delimitación del espacio demarcado por un cerco de madera, fierro o piedras, o por la misma animita. El entorno se transforma plantando flores y árboles. Se construyen entradas de piedra, cerámica o cemento, y se las adornan con diferentes objetos. Los favores concedidos se pagan con flores naturales o plásticas, velas, estampas religiosas, dibujos de niños, figuras de yeso, patentes de vehículos, botellas de agua, o juguetes cuando la animita es de alguien que murió en la infancia.

En todos los pueblos de la tierra se ha tenido especial veneración por los difuntos. Esto no es una intuición popular; es una convicción de fe y sobre todo, de la creencia de un encuentro con el difunto más allá de la muerte. Aunque el muerto ha cobrado nueva vida, sigue estando allí presente. También él puede necesitar de nosotros para conseguir su rescate definitivo cuando todavía es un “anima en pena”; recíprocamente, necesitamos de su ayuda para enfrentar las penurias y desafíos de nuestras propias vidas. Se instaura así un pacto concreto indicando que la vida no termina con la muerte.

Las animitas expresan religiosidad popular, memoria colectiva, historias de difuntos y aparecidos, milagros y agradecimientos. Aunque en ellas hay una connotación indígena de culto a los antepasados, que es anterior a la Conquista española, y que está entrecruzada con las nuevas costumbres introducidas desde Europa, en la actualidad se siguen erigiendo animitas en diversos puntos del territorio. La creencia popular indica que las almas permanecen en la tierra para borrar sus pecados y porque no estaban preparadas o no habían sido llamadas para la muerte. Se dice que ellas conceden milagros y ayudas a cambio de rezos y veneración.

La construcción de animitas es una manifestación arraigada en el tiempo a lo largo del país, que ha permanecido a pesar de las innumerables transformaciones derivadas del desarrollo. Las animitas están en la memoria colectiva y son parte de nuestro paisaje cotidiano. Juan Forch, luego de observarlas durante 25 años a través de su lente, publicó su registro fotográfico. Este extracto es parte de la presentación de su libro “Animitas, templos de Chile”:

 

la animita:

presencia ineludible
del paisaje chileno
guijarros ascendentes regados
por  veredas natías
nidal de aves que alzaron el vuelo
posta de la deserción
albergue aposento barraca  basílica
cabaña  capilla casamata
covacha cubil cuchitril cueva
choza desván domicilio gruta
guarida madriguera mansión
morada rancho refugio residencia
santuario tabuco templo tugurio
casa posada del que escarba el cielo

 

 

 

 

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