Programa N° 148: La Esmeralda, Patrimonio de Chile.

(Emisión del 20 de mayo de 2012)

 

Chanavayita es un balneario popular y caleta de pescadores ubicado al sur de Iquique. Allí se ha recopilado la leyenda  que dice que hace unos 30 años salió a la pesca un joven conocido en la caleta como “El Pelo Duro”. La mar se puso mala y el pescador perdió la vida cuando las olas voltearon su bote empujándolo a las rocas.

A la madrugada siguiente, cuando salían a tirar las redes, los pescadores encontraron la embarcación del “Pelo Duro”, pero no su cuerpo. Muchos fueron los intentos para recuperarlo, pero ello no fue posible. Entonces los conocedores del mar construyeron una animita en recuerdo del querido y desaparecido amigo.

Si los productos del mar se ponen escasos le solicitan ayuda al “Pelo Duro”. Cuentan que a veces al regresar sin pesca a tierra, su espíritu les indica donde obtener una captura de excelencia. Entonces los pescadores llegan ante la animita del amigo protector para agradecerle por medio de una sencilla oración.

Esta es una de las historias recopilada en el trabajo “Kaletas de cuentos”, realizado como parte del programa “Rescatando la identidad en la escuela”. En este concurso para profesores del país se buscaba estimular lo colectivo en la construcción de una identidad cultural basada en la valoración y el respeto a la diversidad.

Como en Chanavayita, miles de caletas costeras dan origen a costumbres y leyendas que pasan a ser parte de las tradiciones y el patrimonio chileno. Algunas son de base local, como la leyenda del “Pelo Duro”. Otras alcanzan expresión nacional e incluso mundial, tal como ocurre con la epopeya del Combate Naval de Iquique.

Los más de 5.000 kilómetros lineales de costa transforman a Chile en un país con una realidad especial. En su largo borde navegan múltiples localidades, pueblos y ciudades que dan vida a diversas tradiciones, leyendas y costumbres. Muchas de ellas pasan a ser parte de la identidad y del patrimonio cultural y natural chileno.

Las caletas próximas a Iquique se remontan en vida antigua hasta unos 8 mil años atrás, cuando fueron pobladas por indígenas que vivían de la extracción de recursos marinos. La cultura Chinchorro, famosa por sus técnicas de momificación, fue la primera. Luego, en 1569, los cronistas españoles relatan la presencia de Changos.

A partir del tranco indígena, las caletas viven diversos periodos de uso. Así convergen las embarcaciones de cuero de lobo y el procesamiento de pescado, pasando por la extracción del guano y la sal. Hoy en día su actual desarrollo se vincula con extracción de productos marinos y un turismo cada vez más importante.

Por siglos, el mar ha inspirado a poetas y novelistas. El sonido de las olas y el quehacer de los navegantes han poblado la literatura universal. Viajeros míticos, aventureros del fondo marino, valientes marineros, osados pescadores, hábiles piratas, y hombres de leyendas caleteras, han sido parte de costumbres y tradiciones.

En Oda al Mar, poema incluido en sus Odas Elementales, Pablo Neruda evoca el entorno de la costa y el rugiente golpe de las olas sobre la playa. Para ello usa la repetición de palabras: “dice que sí, que no/ que no, que no, que no, / dice que si, en azul, / en espuma, en galope, / dice que no, que no. / No puede estarse quieto…”.

La costa chilena ha sido escenario de la historia social, económica, cultural y política del país. En este Mes del Mar y cercano a la gesta heroica de Iquique,  precisamente buscamos reflexionar sobre su importancia como hogar relevante para nuestra identidad como nación. El mar nutre el alma y la imaginación de Chile.

En el norte, primero el guano, luego la sal y el salitre, seguidos de las pesqueras y ahora el cobre, han liderado y dejado huella en el borde costero del desierto más árido del mundo. Allí los espacios de vida se han manifestado de formas diversas dándole sentido histórico, cultural, político y económico a la soledad del calor.

A diferencia de la mayoría de las ciudades, Iquique no tiene fecha de fundación. Su desarrollo espontáneo desde sus inicios sigue vaivenes vinculados a las actividades productivas o comerciales. Si bien hay datos desde el inicio de la conquista española, la aldea sólo es intensa a partir del ciclo salitrero del año 1820.

Iquique ha tenido nombres diferentes, tales como Puerto de Tarapacá, Ique-Ique, y Nuestra Señora de la Concepción de Iquey-que. Sólo a inicios del siglo XIX adquiere su actual nombre. El significado del vocablo es igualmente variado. Se le señala origen aimara, como “sueño” y “cama”, debido a que los habitantes de la precordillera dormían en la costa al sufrir las consecuencias de los cambios de altitud.

Otras interpretaciones asocian el significado al “acto de soñar o descansar”, metáfora que se habría inspirado en la gran cantidad de lobos marinos y de aves asentados sobre los roqueríos costeros. También se le identifica como  ”dormida en el camino”. Lo cierto es que el sentido exacto del nombre es tan confuso como su origen.

La presencia humana se remonta a unos cuatro mil años con tribus nómades y semisedentarias que aprovechaban las aguadas costeras hoy desaparecidas. En esa época, Iquique era una caleta pesquera habitada por indígenas, donde se usaban también las guaneras de aves marinas de la antigua “Isleta de Iquique”.

La actividad originaria no varió tras la conquista española, sino hasta que comenzó la explotación del mineral de plata de Huantajaya. Sin embargo, su rol durante ese período de esplendor se limitó a ser el puerto de desembarque de trabajadores, aventureros, y productos de primera necesidad minera, como el agua.

La actividad comercial se concentró en el propio yacimiento. Mientras Huantajaya recibía a miles de personas deseosas de fortuna, la actividad del naciente puerto de Iquique se limitaba al envío hacia Arica de brea, pescado seco y guano, extraído de la isla Serrano por indígenas y esclavos negros.

Sobraban motivos para no vivir en el Iquique colonial. Entre los factores se encuentran la extrema sequedad y ausencia de agua, la lejanía a los centros de distribución de alimentos, y las continuas epidemias que asolaron Tarapacá, tal como la fiebre amarilla. Estos desafíos fueron también motivo de inversión extranjera.

En 1840 se instaló la primera planta desalinizadora. En 1843 se estableció el porteo de agua desde Arica, habilitando tres naves para el servicio y traslado de los galones. El mismo año comenzó la venta de “agua especial” o mineral, proveniente de Mamiña. En 1852 el gobierno peruano concedió a un norteamericano el privilegio exclusivo para proveer de hielo al actual puerto.

La designación de Iquique como Puerto Mayor, en 1843, refleja la tardía voluntad de potenciar el desarrollo de un territorio que permanecía marginado en el Perú. Esta elección respondió básicamente a su cercanía a las salitreras más productivas y a las menores dificultades de traslado del nitrato y provisiones.

Las franquicias comerciales consolidaron a Iquique convirtiéndose, además, en el punto de llegada para los inmigrantes. El aporte extranjero fue vital, tanto desde su rol de comerciantes como en ser parte de concejos municipales y provinciales. Más de 10 países mantuvieron un cuerpo consular y diplomático residente en la ciudad.

Buena parte de los inmigrantes lograron mantener tradiciones e identidad organizándose en distintas asociaciones, tales como el Club Alemán, los  chinos con el “Club Asiático de Auxilios Mutuos”, y la comunidad británica con la logia Pioneer N° 643. En octubre de 1874 se inauguró el Club Iquique, entidad social reservada solo a la comunidad extranjera residente.

En 1845 unos mil chilenos vivían en la provincia de Iquique, cantidad que se incrementó paulatinamente. La ciudad, hasta noviembre de 1879, se organizó por los intereses de sus 5 mil habitantes y por sus condicionantes sociales, geográficas y naturales. El Estado configurador de territorio no tuvo una presencia activa en la zona.

Normalizadas las faenas salitreras después de la ocupación chilena de Tarapacá, se fomentó la iniciativa privada transformando a Iquique en la capital del salitre. En 1912 la actividad salitrera ya originaba un movimiento de 1.300.000 toneladas al año y una bullente actividad comercial y cultural de importancia mundial.

La ciudad vivió vicisitudes al compás del salitre. Luego de su decadencia despertó con la pesca. En los años 70, con la creación de la zona franca, se generó un nuevo impulso al desarrollo que perdura hasta la actualidad. Hoy con más de 200.000 habitantes, Iquique es una de las más prosperas y crecientes ciudades de Chile.

Desde Iquique surgen diversos hechos, leyendas y costumbres que cruzan la historia de Chile, como en la guerra contra la alianza peruano-boliviana. Algunas laten en la memoria del olvido; este es el caso del batallón de chinos cantoneses que fueron veteranos de la Guerra del Pacífico. Sin grandes monumentos, ni recuerdos colectivos, obtuvieron pensiones de gracia por su lealtad al ejército chileno.

Otros hechos son muy conocidos y se levantan con fuerza en el orgullo nacional. El 21 de mayo de 1879 fue el día de la segunda Esmeralda, esa que había sido construida en Gran Bretaña 25 años antes. Tras su hundimiento, se le recuerda año tras año; hay conciencia que sin ella la guerra habría seguido un cauce distinto.

No pocos señalan que desde la muerte de Prat y de su buque se derramó un sentimiento de nacionalidad y victoria por todo el país. La Esmeralda fue hundida en un combate naval, pero el heroísmo de su tripulación la puso en la historia de Chile como a ninguna otra nave. La identidad chilena surgida en la gesta, la reflota desde el fondo marino instalándola en las costas de la epopeya. En ella se asienta la patria tranquila y orgullosa que navega a las alturas de Iquique.

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